Conclusiones

Liderar este proyecto ha supuesto una experiencia muy atractiva. Traspasar los límites de nuestro país y compartir con nuestros socios problemas e inquietudes, nos ha permitido percibir lo mucho que tenemos en común y las peculiaridades que nos diferencian. Hemos vivido tiempos de trabajo y tiempos de ocio, nos hemos preocupado juntos y hemos aprendido juntos. Utilizar como herramienta metodológica fundamental el modelo sistémico relacional, nos ha servido para analizar las relaciones humanas desde los contextos más pequeños hasta los más amplios y complejos, desde las aulas hasta la totalidad del sistema educativo, sin llegar a olvidar nunca, que cualquier conducta, solo puede entenderse como “elemento de comunicación” del sistema donde aparece.
Coherentes con esta forma de entender las relaciones, y después de un año de analizarlas, estudiarlas y compararlas con nuestros socios europeos; después de recibir información de expertos nacionales e internacionales; después de cuatro encuentros entre los países participantes, observando y asistiendo de forma presencial a sus exposiciones en sus propios contextos educativos y sociales, estamos en mejor disposición de entender la violencia como síntoma.
Con las conductas violentas, los adolescentes provocan un estrechamiento de la distancia emocional, tanto con los sistemas más próximos en su etapa de crecimiento (familia y educadores), como con los más alejados (agentes sociales e institucionales). La violencia en el aula, como conducta sintomática, nos advierte de las disfunciones, forma parte del precario equilibrio del sistema educativo, y posibilita innumerables cambios.
Se ha podido verificar que en los centros educativos se esta produciendo un efecto de disgregación al igual que ocurre con las familias de ciertos adolescentes conflictivos. Estas formas de comportamiento de los sistemas actuales, sin menospreciar sus ventajas, tienen el efecto poco deseado para un sujeto en formación, de diluir el sentido de identidad y pertenencia al grupo. De nuestra investigación se desprendía, que lo que más deseaban los adolescentes era pertenecer a una familia o tener un buen amigo, a la vez que inventaban una realidad donde no se sentían incluidos en todo aquello relacionado con el fenómeno de la violencia.
Desde un modelo sistémico, donde la complejidad y la incertidumbre es la norma,
difícilmente podremos predecir el futuro de un fenómeno como la violencia en las aulas, pero podremos actuar sobre el presente, el cual nos dicta “dejar de hablar del fenómeno y acercarnos y escuchar a los que supuestamente lo sufren”.
La adolescencia es la época de la vida donde mayor cantidad de cambios se producen. La “época del cambio” por antonomasia, donde se adquieren las capacidades adaptatívas para sobrevivir en el mundo con el menor sufrimiento posible, y donde se requerirá, parafraseando al sociólogo M. Castells […]“seguridad afectiva en el entorno escolar y si es posible, familiar, pero este último se pondrá complicado, así que la escuela tendrá que compensar…”
Al igual que no es válido otorgar toda la responsabilidad de las “conductas problema” a los alumnos, los profesores o los padres, tampoco vale exclusivamente, dirigir las miradas hacia la falta de recursos y sensibilidad de las Instituciones públicas y responsables políticos. La violencia y los conflictos en el aula, son problemas que afectan a todos los agentes sociales, y cualquier actuación realizada de forma aislada y sin tener en cuenta el contexto general, es muy posible que se viese abocada al fracaso. Si el aumento de recursos técnicos y humanos, solicitado en innumerables ocasiones por los profesionales de la educación, no incidiese significativamente en una mejoría de las cuestiones relacionales dentro del aula, fracasaría como solución, y como “no-solución” pasaría a formar parte del problema, e incluso podría convertirse “en el problema mismo”.
Abogamos por una respuesta global y cualitativamente distinta, que sin excluir la
resolución de problemas concretos, se dirija a fomentar el desarrollo de las relaciones interpersonales y el aprendizaje de la convivencia. Una respuesta que acorte la distancia afectiva, reduzca los conflictos y por ende disminuya la violencia.